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El niño obediente

Hay niños más «obedientes» que otros. Algunos no obedecen a nada de lo que se les dice. Cómo pueden actuar los padres ante esto.

Hablar de «obediencia» en niños tiene mucha carga negativa hoy día. Sobre todo cuanto menos contacto tiene uno con los niños. Cuando uno es padre, y especialmente si lo es de un niño que no hace caso nunca, las frases «debemos respetar la autonomía del niño», la «educación es afecto no autoritarismo»… Y otras similares, que suenan muy bien y se dicen mucho, empiezan a perder bastante su brillo.
Para abordar este tema sin remilgos, creo que hay que ser claro: La relación de los padres con el hijo no es una relación entre iguales. Debe buscarse que acabe siéndolo, pero es absurdo tratar como un igual a alguien incapaz de entender el entorno en el que vive y las consecuencias de sus actos.
Al final, es hablar de un término poco popular hoy día del que ya tengo otro artículo: Autoridad.
Hay quien con el niño desobediente cree que hay que tener mano dura: No.

La mejor forma de conseguir que un niño acepte hacer lo que le digamos sin discutirlo es una suma:

Amor+confianza+firmeza.

Las tres son difíciles de conseguir y fáciles de perder.
Con «mano dura», se pierde el afecto, la confianza no existe y la firmeza es sólo aparente.

Explicar a fondo este tema daría para un libro completo. Pero os voy a dar algunas claves:

– No queremos un niño sumiso. Sino uno que acepte nuestra ayuda cuando intentamos protegerlo.
– No queremos un niño que nos tema. Sino uno que valore nuestros consejos.
– No queremos un niño sin iniciativa. Sino uno que tenga paciencia cuando es necesario

Cómo conseguimos un niño no obediente:

Si basamos nuestra relación en la confrontación y el dominio.
Si haces de la relación con tu hijo una guerra por el dominio, ten claro que quien va a ganar es él. Él puede dedicar las 24 horas del día a esa guerra. Tú no.
Es mucho mejor basar la relación en el afecto. Si tu hijo se pone insoportable en cualquier momento, dale un abrazo y dile que lo quieres. Te sorprenderá el resultado.
Si perdemos los nervios. Lo más potente que existe en educación es el ejemplo. Si tú pierdes los nervios acabarás conviviendo con un niño que los pierde cuando no controla una situación. ¿Es eso lo que quieres?
Si usamos la violencia. Puede funcionar mientras seamos los únicos capaces de ejercerla. Pero lo que el niño aprende no es que es bueno escuchar lo que mis padres me dicen. Lo que aprende es que ejercer la violencia es un método que funciona para conseguir cosas. ¿Es eso lo que quieres que piense el día que él pueda ejercerla?
Si saturamos continuamente con órdenes. A veces tendemos a querer controlar lo incontrolable. Un niño no es un adulto pequeñito. No puede «estarse quieto» y «tener cuidado» con esto y aquello y lo de más allá. Por naturaleza, son impulsivos y no tienen la experiencia para cuidar de las muchas cosas que los adultos controlamos al hacer cualquier actividad. ¿Recordáis cuando aprendíais a conducir, no os parecía imposible manejar el volante, vigilar todos los ángulos del vehículo y al mismo tiempo controlar las marchas, los intermitentes. Pues si eso te costó siendo ya adulto, piensa lo que supone para un niño comer sin derramar la comida mientras ve sus dibujos animados favoritos y tú le das indicaciones continuas.

Cómo hacerlo bien:

Amor. Los niños necesitan afecto. Todos lo necesitamos. Pero para ellos es una necesidad aún más esencial. Y una tendencia natural es querer complacer a las personas a las que quieres. Por eso, lo niños que se sienten muy queridos por sus padres tienden a complacerlos. Esto no es el único factor, y por tanto si un niño no nos obedece no podemos deducir que no nos quiere o no se siente querido. Pero una relación en la que el afecto es evidente facilita mucho las cosas.
Confianza. Obedecer significa hacer las cosas de un modo concreto sin entender porqué, simplemente porque nos lo pide alguien. Alguien en quien confiamos. Y ¿cómo se gana la confianza de un niño? Pues entre otras cosas siendo fiel a nuestra palabra. Cuando cumplimos lo que decimos, nuestra palabra gana valor para el niño. Si hablamos continuamente prometiendo cosas que no cumplimos o amenazando con acciones que sabemos que no haremos, acabamos transmitiendo al niño que escucharnos es irrelevante.
Firmeza. Para que funcione como debe, hay que escoger muy bien cuando usarla. Eso de «lo voy a hacer así para que sepa quien manda» es una soberana estupidez. Lo que hagas con firmeza hazlo porque estés convencido de que es lo mejor para tu hijo, no para demostrarle nada, sino para protegerlo. Esa es la única justificación válida para ser inflexible con un niño. Y ¿en qué consiste esa firmeza? En no dar aquello que sabes que le perjudica, no facilitar que consiga lo que le perjudica o directamente a veces privarle de lo que le perjudica.

Sobre todo, la clave es pensar antes de actuar.
Y tener claro que en educación, aún haciendo las cosas bien los efectos nunca son inmediatos. Pero que con el tiempo el esfuerzo por hacerlo bien siempre se nota.

A los que queráis profundizar más en este tema os recuerdo que tengo un eBook sobre el tema:

Crianza y Educación.

Crianza y Educación Entre el amor y la responsabilidad